Se conocieron subiendo las escaleras que les llevaba a la sala de estudio común. Ella se acerco tanto que el sintió algo de sudor, el cuerpo se arremolinaba en deseo de que ella lo rescatase de momentos de ternura obsoleta. Le preguntó que estudiaba y el con el esbozo de una sonrisa le respondió con amabilidad y con una placiente sonrisa. Expresaron con palabras motivas, la expresión que sus miradas colapsantes les daban a entender esos días atrás en que se sentaban uno frente al otro, esas miradas que interrogaban y respondían a la vez que suscitaban algo más que un encuentro fortuito.
En el descanso y de manera casi premeditada se veían en la sala de descanso. Una sala amplia con unos ventanales que dejaban abrazar el sol y amasar su remansa calidez. Máquinas expendedoras que ofrecían los típicos surtidos bebidas, aperitivos, cafés y esos alimentos basurientos como designan algunos, que anulan el apetito a la hora de comida. Versaban de muchos temas el siempre le hablaba con franqueza y sinceridad. A ella le costaba exteriorizar su día a día. Ella escuchaba atenta sentía,vivía sus palabras,su presente encontraba un tiempo, su tiempo,su momento extinguido con un desaire
erial, imaginación que la privaba y la sumergía en esas esferas de vacío cual margarita desojada que pétalo a pétalo, escribe su deseo y lo llena de una carga que anhela en cada pétalo sufragando en el calcáreo suelo.
Cómplices de sus miradas se empezaron a dar cuenta que el mirarse lo decía todo, conjeturaba un deseo, su sinceridad les llevo a intimar.
Subían por las escaleras que les llevaban a la sala de estudio común. Ella lo miraba algo diferente que de costumbre se apretaba los labios con deseo y fervor, quería sentir los suyos el fuego de su sinceridad, la llama que al tocarla sin humedecer sus yemas la quema, la sonroja, la hierve. En ese instante el acerco su cuerpo como la madre cautivadora que agolpa a sus crías para darles calor, par y una protección muy humana, ella levanto la mano, estaba ahí subyugante, eterno, místico, que deriva a la frustración, a lo prohibido, a lo incarnable. El le robo un beso, ella no se opuso lo sintió como el más puro regalo acontecido en años.
Seguían observandose a diario como el rosal que torna al cielo al caer el rocío, el agua divina que baña su morada. Se amaron. Complacieron el fuego que transmitían. Sintieron cada palmo de sus latitudes, gozaron como la más polinizadora de las flores que no se marchita ante la sequedad.
Vibraron, gimieron y ante todo vivieron el momento que esa mirada imploraba. Después de un profundo abrazo ella le confeso que había logrado hacerla muy feliz, sus ojos constataron fielmente sus palabras, desearon y amaron sus cuerpos como si fuese la última baza de un amor prohibido.
La foto es de Anna Bodnar