Vagabundea, deambula de un rincón a una esquina, de una piedra a un grano de arena, de un suspiro de sal a una brisa candente, se lleva por una ciudad costera, portuaria, pesquera por tradición y vida. Sus zapatillas cual hierro imantado lo deslizan por un suelo salino, liso, fluyente. Su graznido ensordece pero revive, su olor profundiza en sueños y atardece el pensamiento, vivir hacer memoria, otros suspiros, quien lo vio volar, ella costera, portuaria, pesquera por tradición y vida. La surca con ojos extraños, foráneos, de otro modo, con
otra textura, al igual que la inquietante madre que por necesidad deja su nido y se enfrasca en la aventura del vital sustento que alimente a sus indefensos e inocentes recién venidos, siempre con la naturaleza intuitiva de volver y encontrar, recias plumas adheridas al remanso de ramajes. Poder, intensidad, magia tal vez, una vez que te atrapa no te deja salir, como la inocente mariposa que por descuido del destino termina en la laboriosa, faraónica y macabra tela, pero de está tela no querrás huir. El abrazo de pasión del fuego y el mar, la afable serenidad, el contraste de la madre que todo lo sabe, llena, vive. Ese algo que ensueña. Se le otorga extraño, infecundo en formas. No encuentra su lugar, únicamente su presente, su refugio personal que enraizará la perseverante forma de ser por los días que hallan de venir.
Iglesia de San Ginés años cuarenta, Arrecife de Lanzarote